miércoles, 24 de junio de 2015

Judaizar!

¡Judaizar!

Simón terminó de pagar al labriego  los dos maravédis que debía Don Miguel por los dos días de jornal. Sintió un escalofrío al cerrar la puerta de la cuadra y colgar en la pared el yugo que le devolvió el labriego. Sabia que seria el ultimo año en el pueblo. Las noticias eran claras; debían marcharse dejando tierras y posesiones o convertirse. Con sus 58 años la segunda opción la veía imposible.
—¡Judaizar! sucio Judaizar! los insultos que le habían proporcionado el domingo en Santibañez  le volvió a estremecer. Partiría en cuando vendiese la casa y las huertas. Ya había pactado los 8 cruzados que pagaría a su llegada a Portugal.


Salió a la calle. El Cancillo la vieja judería estaba todavía mas lóbrega esa tarde tan fría y sintió como entre la niebla  algunos ojos lo observaban desde las pequeñas ventanas de piedra y barro.

Bajó la Barrera apresurado, dirección a la sinagoga…-Ya no quedan judíos en la villa- pensó al verla vacía. Acarició el Torah.



                                                                        ***


Al volver al casa Pan con cebolla depositó en la mesa y se dispuso a merendar…lo interrompio los pasos de  alguien subiendo  los escalones de piedra. Se asustó y pensó en esa manía insensata de no aherrojar la puerta.


— ¡Don Miguel! qué hace en mi casa vuestra merced? pregunto sorprendido

—¡Váyase! Largase ahora mismo del pueblo o llamo a mis jornaleros, que le cortaran la lengua. Firme este papel donde me lega su casa y posesiones.

—Tenga piedad. He sido fiel a su merced. Soy honesto e intransigente con el pueblo al recaudar sus impuestos.

—Por esa misma razón el pueblo llano te quemara en la plaza ¡Todos los lugareños te odian! ¡Nadie quiere a un recaudador de impuesto!-exclam
ó Don Miguel codicioso.


Volvió a sentir ese sentimiento de repugnancia de los últimos días…debía hacerlo. No dudó un instante,  cogió la azada que tenia al lado de la chimenea y le empujo por las escaleras de piedra . Tardó varias horas en enterrarlo en la cuadra. No tuvo miedo ni pena alguna -¡Ahí quedará su fantasma! -pensó.

Metió en la alforja algo para comer, desenterró la perola con monedas que ocultaba en el pesebre, montó en el burro  y salió cabizbajo … al llegar a la plaza retumbaban ecos de una nueva cancionzula popular que algunos niños cantaban alrededor del olmo.

"Que llueva, Que Llueva, la Virgen de la Cueva… Que caiga un chaparrón. Que se mojen los judíos y mi padre no”.

Salió de la villa sereno, observando de reojo las miradas de los pocos lugareños que quedaban a esas horas . De repente se dio cuenta que en los diez años en el pueblo no había conseguido tener amigos. Al llegar a la cruz de piedra suspiró de alivio. Los mendigos que se amontonaban allí le pidieron algo de comer, no les dio nada. Miró esa cruz pasiva y omnipresente, levantó la cabeza mirando al cielo y se fue. No se persignó como la tradición pedía…Su Dios como siempre hoy estaba en otra parte.

El cerezo también florece en invierno



Estos días fríos en todos los sentidos

me traen un recuerdo o una imagen

en medio de lo gris de la existencia

de fibra óptica de ondas virtuales.

Un cerezo centenario que se alzaba

en el jardín de mis abuelos.

¡Lo arrollaba todo!

Sus ramas rugosas por las décadas

se extendían omnipresentes
Supremacía del espacio

Yo inhalaba ese olor a maravilla

mientras me dejaba acurrucar

en la falda siempre negra de una mujer

que al igual que Sherezade

me traía cada noche

historias prodigiosas.

Y veo las flores blancas

los pétalos cristales

la pinta escarlata y sensual

que penetraba en la hebra .

Y quisiera mudar en breve instante

para así, hedonista enfebrecida,

apurar al máximo mi Vida.


Las naranjas de Gaza

Anoche tuve sed.
Bajé al jardín a buscar naranjas
Una luciérnaga brillaba
escondida en la ranura de una piedra
Fascinada como siempre
por la Luz fui a buscarla
Anduvo por mi mano
paseándose.
¡Son feas de cerca las luciérnagas!

Cayeron otras luces
de un cielo, cercano, ensangrentado
Estas gritaban estridentes.
Volví a dormir
olvidando las naranjas.

I miss you

Es irracional la sensación.
que en mi provoca.
Cuando falta, cuando desaparece
por un tiempo
su ausencia se hace eterna
y después vuelve así, como
el sol que aparece derrochando
calor entre las almas.
Ni saluda, ni me mira
sigue su trayectoria
en el eje que le corresponde
en la rotación de la Tierra.
Pretendo decirle
en algún idioma extraño
la importancia que en mi tiene.

Pero es grotesco...
…Creo que no desea saber que existo.

El postín de las estrellas

Las luces de las casas lejanas y aburridas
en domingos fantasmas
me hacen guiños desde la lejanía
Y las estrellas se ríen.
Se ríen del efecto ilusión que lo artificial en mí crea.
Yo las dejo, las dejo rondar y requebrarme.
Las dejo en su divertimiento
porque ellas no saben que yo las veo.
Las veo tramar viejos juegos
hablar el idioma de cadáver.
Embalsamar sueños.
Danzar con los espíritus ridículos
de espectros sobrenaturales...
O milagrosos
O reencarnado
O imaginado... Mientras se burlan de mi sombra.
Y así como el azud se mueve con la corriente
yo recibo de ellas impulsos
Y apuro pervertida sus titilantes auras muertas.
Desde mi ventana en la última pieza.
En un desván desvalido.
Tiendo a saludarlas de vez en cuando
para que mi pequeñez nunca olviden
Y sigan pensando orgullosas y necias
que las amo.

Hierba sobre el alquitrán


Y mientras llore un niño
todavía envuelto en vestigios de placenta
besaré la sangre aún palpitante
de su cuerpo y caerá lluvia
furiosa de mis ojos
salpicando las gotas por las calles.

De mi empeño nacerá hierba
que liará los pies del tirano
Derrumbándolo.
Destruyéndolo.
Aniquilando la espantosa hegemonía de sus sueños .
Un sol cíclope saldrá esa noche
con un único objetivo.
Evaporar el alquitrán.


Acuarela -Juncos- 2012.Almudena Martin 


martes, 3 de junio de 2014

Todos tenemos algo que ocultar



Sería a mediados de otoño. Olivier se preguntaba el porqué de su regreso al faro. Pensaba en Muriel, en la última vez. Ya habían pasado doce años desde aquel día. Vestía un jersey de lana rojo y un vaquero desgastado. Parecía una colegiala famélica. Su pelo tan negro contrastaba con aquel color pálido tan característico de su piel. Aquel día tenía una expresión preocupada y estaba más callada de lo habitual, por lo general tan alegre y locuaz, tan divertida. Resultaba imposible no mirarla y escucharla a la vez. A cualquiera dejaba hechizado. Una noticia banal, iluminada por su mirada, se convertía en algo importante, casi vital para el que la escuchaba.

Todo llegó de nuevo a su memoria, como si los fantasmas del pasado desempolvaran repentinamente sus recuerdos.



–No hay nada como un café hecho en una buena cafetera italiana. Toma una taza mi vida –exclamó mientras le tendía una taza de café.
–Gracias, no me apetece –respondió Muriel, que se acurrucaba en el sillón, tapándose con la manta roja desgastada por los años.
– ¿Y eso? Siempre te mueres por una taza.
– Hoy es diferente –añadió Muriel, mientras tiraba cariñosamente de las orejas de Tino, el labrador que habían rescatado de una perrera clandestina.
– ¿Te pasa algo? Te siento rara, como ausente.
– ¿Rara y ausente? Siempre dices lo mismo. ¿Te lo parezco tanto?
–Es natural, no sé nada de ti. Pero, digamos, que eres una mujer misteriosa -Olivier, besaba sonoramente su cuello en medio de las palabras.
–Tendrías que haberte preocupado más de mí, de saber de mi vida.
– ¡Mujeres! Nunca estáis satisfechas con nada. ¿Y a qué viene eso ahora? Suena a reproche… Eres tan reservada con tu pasado que no quise inmiscuirme ni parecer excesivamente curioso
–Pues me hubiese gustado que fueses excesivamente curioso –dijo, mientras se alzaba bruscamente-. Ven, vamos a subir al mirador, tengo ganas de observar el cielo, es precioso en días de tormenta.
–Con este tiempo apenas se ve nada.
– Por eso mismo, espero ver la luz repentina de un rayo, que aparece en medio de la nada. Anda ven, ya hablaremos en otro momento. Quiero mostrarte algo.
Olivier siguió a Muriel por la escalera de hierro enmohecida.
–Esa estrella es Casiopea – señaló Muriel, mientras sus ojos se iluminaban atrapando el brillo de ésta.
–Casiopea no es una estrella, amor, es una constelación. Esa la estrella polar y apenas se ve. Bajemos ya, llueve mucho.
–Me quedo, me entusiasman las tormentas.
–Estas de la costa son muy fuertes. Por favor, volvamos.
– ¿Si me muero, te acordaras de mi? –pregunto mirándolo fijamente, mientras una ráfaga de viento en sus cabellos le ocultaba su sonrisa.
– ¡No delires!, me asustas, y no te acerques tanto a la barandilla –Olivier empezaba a asustarse ¡Joder…Muriel! ¡Estas como una cabra! Me voy.
–Adiós. Cuida a Tino –gritó mientras volaba en picado hacia las rocas marrones y verdosas del Atlántico.
Su cerebro se convirtió en un caos. Llamándola a gritos, a saltos descendió las escaleras, y desesperado, trató de encontrarla en los acantilados. Mientras sus lágrimas se fundían con la lluvia. La angustia iba apoderándose de él y mil preguntas llevaron bruscamente a su cerebro ¿Y si alguien pensaba que fui yo? Y casi semiinconsciente se dirigió al coche y regresó a Lille.


Los días siguientes hojeaba la prensa para ver si aparecían noticias de Muriel, de su cuerpo... de algo. En ningún lugar se hacía mención. Pasaron los meses, los años y nunca escucho nada de ello, era como si hubiese sido un sueño. Una invención suya una noche de de delirio, un lapsus en su vida. Sólo había algo que le recordaba como un bisturí helado en los huesos, que todo fue verdad: 

En días de tormenta, Tino ladraba enloquecido, y husmeaba buscando desesperadamente algo entre la lluvia.

Fatalista