viernes, 6 de noviembre de 2015

Diario de Viaje de una Araña Autista

Eran las tres de la tarde. Verano. El calor achicharraba. Olía a miel. Un zumbido se acercaba. Un enjambre de abejas hacía temblar con sus ondas al aire. Un cerezo que aparentaba seco estrepitaba al descascarillarse porciones de su corteza. Los huesos de sus pasados frutos yacían deprimidos en el suelo, labrado; de tierra roja que se trituraba bajo el paso, incluso leve, de una sombra. Los linderos aventajaban un espectáculo canicular. La hierba ya seca y jorobada se doblegaba senil. Una sandalia de goma se derretía cocida por un Helios frenético y opresor. Enredada en la pared destartalada, sólo la hiedra, genéticamente afortunada, atesoraba restos de humedad en sus hojas pobladas de bichejos, que buscaban afanados la frescura que faltaba en todas partes y el relente que anhelaban de la noche.

Una mujer soberana tallada en un camafeo de Ónice semi-sepultado titilaba vanidosa, provocando a la Nada, única espectadora de su encanto que con displicencia devolvía el lastimoso reflejo de una realidad ya apenas inexistente. Una hormiga arisca merodeaba veloz por los surcos erosivos microscópicos. Aventurera o anacoreta frustrada se detenía pensativa por espasmos; postergando la condición social de su especie.


El aire dejaba de ser transparente. Ondulaba una materia temporal. Un cuerpo ilusorio formaba siluetas caprichosas. Fantasmagóricas. Amorfas hervían, mientras bailoteaban sin ritmo. Se asemejaban a ventanas virtuales encuadradas en espacios invisiblemente, orientados en trechos incomprendidos por el cerebro. Una cigarra cantó, impregnando la amplitud. La plétora resonancia provocaba una plenitud en el tiempo que producía nauseas... el puentecillo de lancha rechinó enfurecido. 

Una lagartija ágil, hendía la atmosfera, su color gris insípido pirateaba los huecos e hendiduras de las piedras desatendidas, vestigios de la historia anónima de la vida. Se incrustaba ansiosa o mendigante chupando pervertida, como un vampiro sediento las venas del aire. Oreando el nimio oxigeno que se pudría aplastado.

Eran las tres de la tarde y treinta segundos. Verano.

Haces bien


Ya no hay más nada
sólo agua profunda en la laguna de tus ojos
aquellos tesoros siguen enterrados
en el oscuro lodo.
Ya no iré como náufrago a bucear intrépido
cerca del romano que reina en ellos.
y te diré
Que no te amo.
Que no te amo,
Que no te amo.
y buscaré tus labios, y tocaré tu cuerpo...

Me haces bien.
¿Sabes?
Me haces bien cuando te alejas de mí
porque a ti te hallé dentro de la tierra
contigo me entrelazo en las raíces,
y sólo veo en ti brote, flores
vida. 

Pienso que me uni a ti en un principio
en otro tiempo.
Que crecí contigo
En alguna parte hemos sentido lo mismo.
Pero esta simbiosis
se transforma en desconsuelo
por la dificultad de amar que nos acecha
y me haces bien.
Haces bien en irte.

Quise